lunes, 24 de junio de 2013

El Ingreso de Colombia a la OTAN

Jesús Hernández Garibay

La noticia dada a conocer el 1º de junio último, pero poco divulgada, en la que el presidente de Colombia Juan Manuel Santos anuncia que su gobierno solicitará el ingreso a la OTAN, viene a plantear una circunstancia inédita para América Latina y el Caribe. De resultar un hecho, tal ocurrencia modificaría el actual panorama de una región que viene haciendo un enorme esfuerzo por construir un destino propio y no el que le tenía fincado el panamericanismo desde mediados del siglo pasado, de sólo servir de “patio trasero” a quien proverbialmente se siente dueño y señor de la casa. La razón de Santos: Colombia “tiene derecho a pensar en grande, ya no a nivel regional, sino a nivel mundial”.

Como se recuerda, la OTAN es una alianza militar originalmente concebida en la guerra fría, para frenar las supuestas pretensiones de expansión del bloque soviético; no obstante, aun a pesar de que ya no existe el “peligro comunista”, en las últimas dos décadas el organismo ha ampliado su acción, para favorecer los cambios dictados por Estados Unidos en otras partes del mundo. En los últimos años por ejemplo, la OTAN ha tenido abiertas intervenciones con “bombas humanitarias” en Belgrado, un apoyo importante a las tropas norteamericanas en Afganistán, en el bombardeo a Trípoli para acabar con el régimen de Gadafi en Libia; y ahora, aun cuando no oficialmente, en Siria.

El anuncio del colombiano, por decir lo menos, representa una amenaza a las aspiraciones establecidas en los principios de UNASUR; a la letra: “Consolidar Suramérica como una zona de paz, base para la estabilidad democrática y el desarrollo integral de nuestros pueblos, y como contribución a la paz mundial”; “Construir una identidad suramericana en materia de defensa, que tome en cuenta las características subregionales y nacionales y contribuya al fortalecimiento de la unidad de América Latina y el Caribe”, y “Generar consensos para fortalecer la cooperación regional en materia de defensa”. A la vez, resulta una provocación para la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, que nace con el anhelo de trabajar en paz, por el desarrollo de nuestros países.

De suscribirse finalmente el acuerdo, éste sería incompatible no sólo con los principios de UNASUR y de su Consejo Suramericano de Defensa, a los cuales Colombia se debe como parte integrante del organismo; el Consejo, según lo concibe Brasil, no supone una alianza militar convencional como la OTAN, sino un foro para promover el diálogo entre los ministerios de Defensa de la región. Pero además, estaría en contra de los principios del Movimiento de los No Alineados que ratificó su mismo gobierno en la última cumbre de Teherán en octubre pasado, de estar obligado a adoptar una política de no alineamiento y de “no ser miembro de una alianza multilateral militar concluida en el contexto de los conflictos de las grandes potencias”. La pregunta en todo caso que queda en el aire, es: ¿por qué el presidente Santos busca romper dicho equilibrio? Si lo que desea es contravenir el proceso histórico que se vive en esa región, lo que hace es jugar con fuego.

24 de junio de 2013.
(Publicado: Revista Siempre!, México, 23 de junio de 2013)
El Otoño del Imperio

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