sábado, 4 de noviembre de 2017

A 100 años de la Revolución de Octubre

Jesús Hernández Garibay

En estas fechas se cumplen 100 años de la revolución rusa de octubre de 1917 (25 de octubrebajo el calendario juliano vigente en el Imperio ruso, después abolido por el nuevo Gobierno bolchevique, o 7 de noviembre bajo el calendario gregoriano). Una ocasión para reflexionar acerca de un hecho que en su momento fue muy admirado pero a la vez ha sido cientos y miles de veces vilipendiado, despreciado, malmirado, descalificado, considerado tan fastidioso como impertinente y hasta mal comprendido por muchas de las izquierdas en el mundo.

No hay que soslayar un tema ya sabido; que desde un inicio fueron enviadas tropas a destruir las intenciones de los soviets para apartarse de la senda del capitalismo reinante. Ante el asedio de las tropas alemanas cuyo gobierno en un doble juego proponía pero rechazaba la aceptación de paz de los bolcheviques, en un texto titulado “¡La patria socialista está en peligro!”, el 21 de febrero de 1918 Lenin denunciaba: “El militarismo Alemán, cumpliendo el encargo de los capitalistas de todos los países, quiere estrangular a los obreros y campesinos de Rusia y Ucrania, devolver la tierra a los terratenientes, las fábricas y las empresas a los banqueros, el Poder a la monarquía…” (cursivas en el original).

Luego de ese infausto inicio de una inédita revolución, la Unión Soviética enfrentaría la radical oposición y el odio de las fuerzas más conservadoras encabezadas por las oligarquías, que tratarían de atajarla mediante todas las formas legales o ilegales posibles. El surgimiento del nazi fascismo y el feroz ataque alemán en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y, desde luego, el diversionismo ideológico que pone en el centro de sus esfuerzos el descrédito no sólo de los soviets sino de cualquier forma de pensamiento independiente más allá del “mejor de los mundos posible”; una intención manipuladora que incide a lo largo de ese siglo sobre gran parte de la intelectualidad del planeta.

La pretensión de esa revolución, como de otras que son luego estimuladas por el ejemplo, no fue más que encontrar un camino para la genuina aspiración de todos los tiempos de resolver la vida en favor de millones de trabajadores y en general pueblos explotados y engañados en todas partes del mundo, por parte de minorías privilegiadas. Pero con mayor afán, el capital después convertido en imperialismo logra ahí ―a través de mecanismos distintos, compra de conciencias, bloqueos económicos, golpes de Estado, invasiones militares, guerras psicológicas, operaciones encubiertas y otros tantos―, detener esa marcha y reforzar su poder mundial.

Desde hace muchos años resulta claro que el capitalismo no es la solución a las cada vez mayores penurias de la gente, sino su progenitor. Y existe ahora una progresiva conciencia de que el futuro no será mejor sino peor, mientras la humanidad continúe caminando bajo el paraguas de la “libre competencia”, sustento principal del enriquecimiento de voraces oligopolios. Y a pesar del poderío que alcance todavía durante muchos años más el “libre mercado”, lo cierto es que sus cada vez más incontrolables efectos de la crisis permanente que padece, pero sobre todo la decisión organizada de los pueblos, inevitablemente volverán vigentes las experiencias de lucha que, como la revolución de octubre, ha tenido el ser humano a lo largo de su historia.

4 de noviembre de 2017.
(Publicado: Revista Siempre!, México, 5
de noviembre de 2017)
El Otoño del Imperio

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