Jesús Hernández Garibay
El pasado primero de abril se dio a conocer un informe elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Unión Europea (UE), en el que se advierte el estado actual del hambre en el mundo. En el mismo se indica que durante 2016 aumentó a 108 millones el número de personas afectadas por ese detestable mal, tanto por causa del aumento incontenible de los precios de las mercancías, como por la presencia de execrables conflictos y el aumento de las condiciones climáticas extremas.
Dicha cifra
representa nada menos que un incremento del 35 por ciento de personas
enfrentadas a una "inseguridad alimentaria grave", que tan sólo un
año antes era estimada en 80 millones, lo que da una idea del deterioro y la
ineficacia de las medidas adoptadas por distintos organismos y gobiernos para
intentar paliar esa cruel tragedia.
Ya desde 2015 la Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Observatorio
de la Salud Mundial (OMS) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la misma
ONU, daban a conocer descomunales cifras acerca del tema: alrededor de 795
millones de personas en el mundo no tienen suficientes alimentos para llevar
una vida saludable y activa; la gran mayoría de personas que padecen hambre
viven en países “en desarrollo” donde el 12.9 por ciento de la población
presenta desnutrición; si las mujeres agricultoras tuvieran el mismo acceso que
los hombres a los recursos, el número de personas con hambre podría reducirse
hasta en 150 millones.
Para el caso de
los niños, peor el escenario: la nutrición deficiente es la causa de casi la
mitad (45 por ciento) de las muertes en niños menores de cinco años (3,1
millones de niños cada año); uno de cada seis niños (100 millones) en los
países “en desarrollo” presentan peso inferior al normal; uno de cada cuatro de
los niños en el mundo padece de retraso en el crecimiento (en los países “en
desarrollo” la proporción se eleva a uno de cada tres); 66 millones de niños en
edad escolar primaria asisten a clases con hambre en esos mismos países “en
desarrollo” (tan sólo en África hay 23 millones).
Si los recursos
con que cuenta cualquier gobierno los usara para enfrentar de manera decisiva
ese inhumano asunto, lo podría solucionar. El PMA estima que se necesitan solamente
alrededor de 3 mil 200 millones de dólares por año, para llegar a todos los 66
millones de niños con hambre en edad escolar. No obstante, en el declive del
sistema, tales gobiernos prefieren y están obligados a ofrecer al “libre
mercado” las mejores condiciones para estimular su “buen funcionamiento”, antes
de enfrentar calamidades fundamentales de la población como esa.
“Buen funcionamiento”, que crea inevitablemente
el aumento incontenible de los precios de las mercancías, la creación de
execrables conflictos y el deterioro de las condiciones climáticas globales, de
los cuales se nutren sobre todo las más grandes corporaciones multinacionales
para sobrevivir a la despiadada competencia del salvaje capitalismo que hoy
vivimos.16 de abril de 2017.
(Publicado: Revista Siempre!, México, 9 de abril de 2017)
El Otoño del Imperio
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