miércoles, 13 de enero de 2016

2016: Año Nuevo, Viejos Problemas

Jesús Hernández Garibay

El panorama mundial para este año que se inicia no es nada halagüeño. A pesar de los pronósticos optimistas por la aparente fortaleza del dólar y la relativa reactivación de la economía norteamericana, el mundo de las finanzas se sostiene todavía con alfileres. La crisis que en el 2008 se agrava y entra en un nuevo momento, es un fantasma que no desaparece, porque se sustenta en el debilitamiento global del sistema que se inicia en los años setenta y que hoy por hoy no encuentra solución. La búsqueda de aquellos buenos negocios que reactiven las ganancias, se enfrenta, así, al cada vez más difícil crecimiento económico.

Como se sabe, en el recién terminado 2015 la violencia sentó sus reales, para perjuicio de muchos y beneficio de unos cuantos, líderes de la industria armamentista para quienes el mercado sí sigue floreciendo. El problema es que ni todas las armas que han vendido ni las que venderán permiten pensar en que a través de ello se estimule a las economías belicosas: Estados Unidos, Gran Bretaña, Israel o Francia, entre otras. La guerra sigue siendo un negocio de los menos, pero sin efectos mayores para el resto, a diferencia de como lo fueron las contiendas llevadas a cabo hasta antes del fin de la “guerra fría”: segunda guerra mundial, guerra de Corea, de Vietnam, etcétera, en que Estados Unidos vive los años dorados del predominio mundial.

La Organización Internacional del Trabajo indica que más de 61 millones de empleos se han perdido desde el comienzo de la crisis global en el 2008 y anticipa que el desempleo seguirá al alza debido a que la economía entró en un nuevo ciclo de desaceleración, mayores desigualdades y conflictos sociales. Hoy existen unos 204 millones de desempleados en el mundo; de ellos, más de 73 millones son jóvenes. Para el 2019, más de 212 millones de personas carecerán de un empleo estable. Lo que implica una sensible baja en el consumo que limita las inversiones y genera mayor empobrecimiento, además de una cada vez mayor desigualdad. El deterioro ambiental tampoco se detiene, a pesar de los deseos de muchos y por causa de las intenciones sólo triviales de los principales capitales responsables.

No obstante, a pesar de todo ello, el panorama mundial sí cambia. Estados Unidos mantiene su declive y nuevos actores como China y Rusia avanzan, despacio pero con vientos favorables. A pesar de algunas derrotas electorales en el 2015, por causa de las renuencias de las derechas y en medio de las limitaciones que la misma crisis impone a aquellos nuevos regímenes que tratan de avanzar en liberarse del yugo de los grandes negocios, los pueblos siguen aprendiendo y buscan poco a poco los resquicios que les ayuden a defenderse de la creciente agresividad del sistema y a buscar salidas más firmes a sus circunstancias. Esta es la esperanza, en medio de tanta desesperanza que hoy exhibe el orbe en muchas partes.

13 de enero de 2016.
(Publicado: Revista Siempre!, México, 10 de enero de 2016)
El Otoño del Imperio